"Su vida se desliza uniforme casi monótona, por claustros, celdas y oficinas. Por la mañana trabaja en la ropería; barre la escalera y el dormitorio. Por la tarde sale a arrancar hierbas en la huerta. Otra temporada se encarga del comedor: prepara el pan, sirve el agua, distribuye la cerveza entre las hermanas. La nombraron sacristana y con gozo manejaba los vasos sagrados. A veces pinta o escribe poesías. Nada extraordinario. Dada su debilidad de enferma no puede seguir todos los actos de comunidad ni practicar las penitencias de la Orden y, sin embargo, avanza velozmente hacia la santidad haciendo actos extraordinariamente pequeños pero vivificados por un amor purísimo. Ese es el secreto de su vida espiritual. Ese amor, que es confianza filial y desprendimiento de sí misma, es el ascensor divino, que la eleva, sin esfuerzo aparente, hasta los brazos de Dios"
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