Ella comenzó su camino de infancia espiritual con unos grandes deseos de ser santa. No es fácil encontrar almas con un profundo deseo de santidad. “Yo siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar.”[1] Sin embargo, precisamente por sus grandes deseos, no se desanimó. “Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo".
Estamos en un siglo de los inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente. "Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección.”[2] Santa Teresita del Niño Jesús fue a buscar al lugar adecuado, a la Sagrada Escritura, y encontró estas dos citas que le abrieron su camino: “Si alguno es pequeñito, que venga a mi.”[3] “¡Como un madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en mi regazo y os meceré sobre mis rodillas!”[4] Y ella comenta: “Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma. ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más.”[5] Debo confesar que estas dos citas no me hubieran sugerido el comienzo de un auténtico camino de santidad. Fue el Espíritu Santo el que movió a la Santa por caminos de vida de infancia, y no tiene mucha importancia qué medios utilizó para su propósito. La lección que nos da este suceso es que cada camino tiene un comienzo distinto y que lo importante es tener suficientes deseos de santidad como para oír las mociones del Espíritu para saber a donde y por donde quiere que vayamos.
“Un sabio decía: ‘Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo’. Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios y porque lo hacía desde un punto de vista material, los santos lo lograron en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: Él mismo, Él solo. Y una palanca: la oración, que abrasa con fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra. Y así lo seguirán levantando hasta el fin del mundo los santos que vendrán.”[6] Su punto de apoyo fue su Padre Dios. ¿Y su palanca? Su caminito de infancia espiritual, ese modo de tratar a Dios con filial abandono.
Felipe Vilaseca
“Un sabio decía: ‘Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo’. Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios y porque lo hacía desde un punto de vista material, los santos lo lograron en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: Él mismo, Él solo. Y una palanca: la oración, que abrasa con fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra. Y así lo seguirán levantando hasta el fin del mundo los santos que vendrán.”[6] Su punto de apoyo fue su Padre Dios. ¿Y su palanca? Su caminito de infancia espiritual, ese modo de tratar a Dios con filial abandono.
Felipe Vilaseca
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