Cada acto de Teresita es el magisterio de Jesus... eso es su vida, su libro!..
Y no una autobiografia. Teresita es la realidad docente y vivencial
que ilumina los oscuros rincones de la vida humana.



miércoles, 25 de mayo de 2011

Via Crucis con Teresita: XIV Estacion



Decimocuarta estación:

Jesús es sepultado.

V: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


En el lugar donde habían sepultado a Jesús, había un huerto y en el huerto una tumba nueva donde ninguno había sido sepultado. Como era la víspera de la fiesta de los judíos, pusieron allí el cuerpo de Jesús, porque la tumba estaba cerca (Jn 18, 41-42).

Yo sé que hay que estar muy puros para comparecer ante el Dios de toda santidad, pero sé también que el Señor es infinitamente justo. Y esta justicia, que asusta a tantas almas, es precisamente lo que constituye el motivo de mi alegría y de mi confianza. Ser justo no es sólo ejercer la severidad para castigar a los culpables, es también reconocer las intenciones rectas y recompensar la virtud. Yo espero tanto de la justicia de Dios como de su misericordia. Precisamente porque es justo, "es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Pues él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles...". [...]

Esto es, hermano mío, lo que yo pienso acerca de la justicia de Dios. Mi camino es todo él de confianza y de amor, y no comprendo a las almas que tienen miedo de tan tierno amigo. A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales en los que la perfección se presenta rodeada de mil estorbos y mil trabas y circundada de la multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y me diseca el corazón y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo me parece luminoso, una sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece fácil: veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios.

Dejando para las grandes almas, para los grandes espíritus, los bellos libros que no puedo comprender, y menos practicar, me alegro de ser pequeña, puesto que sólo los niños y los que se les parecen, serán admitidos al banquete celestial. Me gozo de que haya muchas moradas en el Reino de Dios, porque si no hubiese más que esa cuya descripción y camino me resultan incomprensibles, yo no podría estar allí (Cta. 9.5.1897, al P Roulland).


V: Oremos (pausa)

Danos, oh Padre, la gracia de unirnos en la fe a la muerte y sepultura de tu Hijo, para con él resurgir a la vida nueva. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. R: Amén.

El camino de Jesús no termina en la tumba. El huerto donde el Señor es sepultado, como el jardín de los Cantares, es el lugar al que los creyentes debemos acudir osadamente cada mañana, para encontrar allí al Esposo, glorioso y resucitado. A ello nos invita Teresa:

Al igual que Magdalena, inclinándose sin cesar sobre la tumba vacía, acabó por encontrar lo que buscaba, así también yo, abajándome hasta las profundidades de mi nada, subí tan alto que logré alcanzar mi intento [...].

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor [...].

Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor! [...].

No soy más que una niña, impotente y débil. Sin embargo, es precisamente mi debilidad lo que me da la audacia para ofrecerme como víctima a tu amor (M s B, 3r-v).


Conclusión

V: Oremos

Te rogamos Señor, que mires con amor a esta tu familia, por la cual Jesucristo se entregó en manos de los verdugos y asumió el suplicio de la cruz. Por la intercesión de Santa Teresa del Niño de Jesús, Doctor de la Iglesia, te rogamos que derrames sobre nosotros tu misericordia, de modo que nuestra vida esté presidida por el amor a tu Hijo unigénito, y así, al presentarnos ante ti al final de nuestros días con nuestras manos vacías, fiados sólo en sus méritos, podamos participar de la Vida verdadera. Por Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.


Agradecimiento a: Portal Carmelitano

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